Ayer tenía un sabor muy amargo. El enfrentamiento entre Girona y Huesca fue una lástima. Montilivi vio como los de Antonio Calderón daban el relevo de equipo revelación a los pupilos de Raúl Agné. De haber ganado o empatado, no solo el Huesca hubiera alcanzado los 32 puntos en la primera vuelta y habría sido confirmado como candidato al ascenso, sino que hubiera recibido también el honor de ser líder en la clasificación de los equipos ascendidos este año y firmar una primera vuelta histórica con ese privilegio. Pero ayer el Huesca no jugó a nada, quiero creer que porque no le dejaron. El campo del Girona es muy curioso y especial. El Zaragoza, como los altoaragoneses, también perdió ahí. Montilivi solo ha recibido tres goles rivales. No lo entiendo. La seguridad defensiva de los catalanes tampoco es tan, tan alta. Pero parece que esa portería tiene una protección mística. El Zaragoza tuvo ocasiones claras para marcar al menos un gol, pero se quedó a cero. Y el Huesca también las tuvo, sobre todo Rubén Castro que, con la portería vacía, chutó a los ángeles.
De todas formas esta pequeña mala racha del Huesca (empate ante Sevilla Atlético y Xerez y derrota ante el Girona) no debe condicionar nuestra opinión de su primera vuelta. Esta temporada está siendo magnífica para los pirenáicos y, de repetir esta vuelta, el Huesca terminaría con 58 puntos que asegurarían la salvación. Algunas voces se han alzado pensando en que el Huesca debería pensar en terminar lo más arriba posible y, si es posible, luchar por ascender. Pero es meter una presión innecesaria porque si no, si como cuando ahora el Huesca pase por un minibache, empezarán las críticas a un proyecto inmaculado.
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